Este artículo forma parte de una serie de textos pedidos a mentoras y mentores, antes de incorporarse a Experimenta Distrito. Blanca Callén ha sido mentora en el laboratorio de Fuencarral Experimenta.

Aprendo estos días que Méntor es un personaje mitológico griego que aparece en la Odisea. Resulta que Odiseo (aka. Ulises, en su traslación latina) encomienda a su amigo Méntor la educación de su hijo, Telémaco, y el cuidado de sus bienes en Ítaca mientras se dirige a Troya. Méntor se convierte así en fiel ayudante de Telémaco y le acompaña en sus viajes en busca de noticias sobre su padre.

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Arranco el texto confiando en que la etimología de “mentoría” me servirá de impulso para ordenar algunos pensamientos cruzados y expresar una definición propia, personal, de mis expectativas y deseos sobre lo que ocurrirá en Fuencarral Experimenta, sobre mi papel como mentora. Como si fuéramos unos Méntor y Telémaco cualquiera, el primer obstáculo que se presenta en mi encomienda como mentora es resolver la duda de cómo acompañar unos proyectos cuyos contenidos desconozco (cómo jugar al ajedrez, por ejemplo) en un territorio completamente nuevo para mí (el distrito de Fuencarral-El Pardo). Sospecho entonces que la mentoría no trata de saber mucho sobre algo ni de convertirse en cabeza de una expedición.

Quiero pensar, por el contrario, que durante dos fines de semana intensos, y algunos que otros días desde la distancia, vamos a emprender un viaje en el que acompañaremos de cerca a quienes se embarquen en él. Desde el aprendizaje colaborativo y desde el encuentro de conocimientos parciales y trayectorias previas diversas que habrán de alimentarse entre sí. De modo que nosotras, las mentoras, también viajaremos con el grupo, aunque con una tarea particular: facilitar que se de dicho encuentro y cuidar de este proceso de aprendizaje y desplazamiento, de viaje, desde una posición liminar. Porque no somos las promotoras de los proyectos, aunque participemos intensamente de ellos; ni somos habitantes del territorio, aunque transitemos por él.

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Gracias a esta distancia y posicionamiento liminar, gracias a la escucha atenta y activa, al diálogo constante, o a la formulación de interrogantes que ayuden a explicitar dónde estamos y dónde queremos o podemos ir, operaremos como espejos retrovisores que reflejan algunos de los puntos ciegos o fortalezas de cada proyecto. Imagino que los viajes de Méntor y Telémaco también tenían mucho de diálogo y conversación. Como en casi todo viaje y aventura, habrá mucho de experimentación, de investigación, de no saber de antemano a dónde llegaremos, de dar algún giro sobre el plan originalmente trazado, de perdernos y encontrarnos, de exploración, de prueba y error como parte del aprendizaje, y de prototipado, de ensayar fórmulas y caminos hasta encontrar el nuestro propio… que también será el de otros.

En este sentido, nuestro papel como mentoras también habrá de facilitar las conexiones de los proyectos con el “exterior”, con el entorno donde se insertan y con las comunidades que los rodean. Pues, ¿qué tipo de viaje es aquel que no permea ni es capaz de ofrecer algo a los lugares y comunidades por donde transita? Dicho de otro modo: ¿Por qué un proyecto habría de interesar a otras personas que no han participado de su desarrollo inicial? O, ¿Cómo puede un proyecto crecer y fortalecerse a través de los posibles contactos y derivas que surgen por el camino? Parte de nuestra tarea como mentoras consistirá entonces en ayudar a trascender las particularidades de cada proyecto para conectarlo con cuestiones, intereses y problemáticas comunes que vayan más allá de sí mismos. Identificar qué hay de común, de ‘nosotros’, en la singularidad de cada proyecto para luego potenciarlo, será parte de este ejercicio de espejo y reflejo que requiere la mentoría.

Como todo viaje, llegaremos a algún lugar aunque no sea el definitivo. Y después de esta etapa de Fuencarral Experimenta, vendrán otras. Lo que parece fundamental es que, mientras les acompañemos en este trayecto, seamos capaces de hacer del camino, entre todas, un lugar habitable, de buen vivir y de crecimiento. Y que esa Ítaca final que Méntor y Telémaco querían cuidar y preservar de la mejor forma posible, esté ocurriendo ya, aquí y ahora, a cada paso.

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