¿Por qué Carmela participó en Villaverde Experimenta? Nunca lo sabré con certeza. He idealizado su presencia. La he agarrado con fuerza y la he atrapado en mi imaginario. Después de participar en procesos colaborativos con altas dosis de dedicación y aprendizaje, como Villaverde Experimenta, necesito retener momentos emocionantes. Y desde luego, que una adolescente participe durante todo el proceso es para mí, cuanto menos, emocionante.
Cuando me ofrecieron colaborar como mentor en Villaverde Experimenta no tenía muy claro qué se esperaba de mí. Entendía el concepto, las necesidades y los objetivos del proyecto. Pero el lienzo estaba tan vacío que comenzar a dibujar algo concreto no era sencillo. Afortunadamente, aparecieron 96 colaboradoras y colaboradores y diez promotores que dieron sentido a mi figura.
Yo, al final, cumplí un doble rol. Escuchaba a las personas que había a mi alrededor y aprendía de ellas y ellos. Intentaba ponerme en su lugar, con mayor o menor acierto, y me imaginaba todas esas ideas que fluían de sus cabezas. Mi devolución consistía en compartir mi conocimiento y experiencia del entorno en el que nos movíamos, Villaverde, y de las metodologías participativas que se podrían poner en marcha en cada mesa que visitaba. En aterrizar las ideas y solucionar o aportar soluciones a posibles conflictos… al final, me he sentido un acompañante en un camino repleto de ideas y posibilidades.
¿Cómo Villaverde, un distrito que no está ni dentro ni fuera de Madrid, en el que conviven muchísimas personas con problemáticas importantes en todos los ámbitos (económico, social, laboral, educativo…), puede acoger un proceso de participación como Villaverde Experimenta? Pues lo hizo. Porque los barrios de Villaverde y las personas que viven en ellos, sus comunidades, son expertas en soñar, crear, compartir, colaborar e impulsar iniciativas.
Unos títeres que nos hacen reír y sentir bajo el abrigo de una antigua chimenea apagada pero tan llena de vida en su interior… un esperpéntico personaje que vocea sin control aparente mensajes y noticias de su barrio… unas profesoras con un concepto educativo diferente que abren su escuela a las familias, a las vecinas y vecinos… unos jóvenes cuyos dedos no cesan de pulsar los teclados de sus portátiles para ofrecernos conexión wifi colectiva con un consumo responsable… son sólo algunos de los diez ejemplos de participación comunitaria que hemos podido disfrutar en este experimento inacabado.
En los dos fines de semana que he compartido con tantas personas, mi sensación es que nos hemos conocido, hemos construido, compartido necesidades, hemos reconstruido las ideas iniciales y hemos reformulado otras. Los recursos técnicos necesarios para avanzar se han materializado a medida que se demandaban, dando lugar a la fabricación de las ideas, a la construcción de elementos tangibles que hacían creíbles los procesos. Pequeñas victorias en un largo camino que sólo acaba de empezar para los proyectos que continúen creciendo.
Frustración. Otra forma de ser o estar, que también nos ha acompañado recordándonos que somos humanos, que nos equivocamos y que no queremos ni escuchar ni cambiar nuestro enfoque de las propuestas compartidas. Cansancio.
Curiosidad, que te aleja del agotamiento y te da fuerzas para creer, otra vez, que estás contribuyendo a generar ideas que transforman tu entorno, a compartir espacios que cambian, mutan, deforman, construyen proyectos por y para el barrio. Que mejoran y benefician a la comunidad. Ésta ha participado y ha intervenido. Ha decidido. Y lo ha comunicado einformado de ello. A través de documentación recogida física o virtualmente y testeando sus prototipos. Y presentándolos en una nave abarrotada de gente que ha aplaudido todos y cada uno de los proyectos, estuviesen en la fase que estuviesen. Síntoma de agradecimiento del esfuerzo dedicado, entre otras cosas. Porque Villaverde es experto también en humildad y reconocimiento.
El proceso participativo nos ha obligado a salir a las calles, a recorrerlas, a pintar sus paredes, a clavar bidones en el parque y a compartir otras experiencias con las vecinas y los vecinos.
Y durante todo este movimiento creativo y caótico, yo me acerqué a Carmela, y le pregunté:
– ¿Y tú por qué participas en Villaverde Experimenta?
Ella contestó:
– A mí me gusta la música. Toco el saxofón. Y creo que este es un lugar de puertas abiertas donde mogollón de gente hace cosas muy interesantes. Es como si dentro de todo esto hubiera un pequeño lugar para la música que suele estar de lado normalmente. Un lugar donde puedes tocar con la gente y aprender, sin tener que estar recto todo el tiempo, pudiendo expresarte mejor.
– ¿Y qué sientes?
– Siento libertad, que puedo hacer lo que quiera, que puedo liberar lo que tengo reprimido y sentir lo que no puedo experimentar de otra manera. Es genial.
En cierto modo, yo he sentido lo que Carmela siente cuando toca su saxofón.
Fuente: http://medialab-prado.es/article/musica
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