Este artículo forma parte de una serie de textos pedidos a las coordinadoras de los laboratorio ciudadanos de Experimenta Distrito para reunir diversas miradas. Susana Moliner que ha participado en Fuencarral Experimenta nos devuelve la suya.

Tener FE. Con este imperativo aterrizamos el laboratorio Experimenta, uno de los laboratorios ciudadanos de Experimenta Distrito -proyecto de Medialab-Prado-. FE de Fuencarral Experimenta pero también FE de retarnos, de aprender, de sorprendernos y, sobre todo, de tener FE en el tejido social y en las fuerzas invisibles de un barrio, en su capacidad para sumarse, multiplicarse y ensanchar nuestra mirada.

Las lejanas tierras donde se ubica el laboratorio de Fuencarral al norte del distrito, es un espacio cedido por la Junta a diferentes asociaciones y al que deciden bautizarlo como  Centro Social Autogestionado de Playa Gata (en homenaje a la carretera de la playa como antes se conocía a la avenida del Cardenal Herrera Oria donde se encuentra) y al que le ponen como eslogan nada menos que  “Laboratorio en clave de Barrio”. Un espacio de más de 800 metros cuadrados, que estaba abandonado desde hacía varios años, y que anteriormente como sede de Norte Joven, fue el lugar empleado para acoger programas formativos “contra el fracaso escolar”. La cesión por parte de la Junta Municipal de Fuencarral-El Pardo ocurre unos meses antes de nuestra llegada. El comienzo e inauguración del espacio lo hacemos de forma conjunta con las asociaciones que habitan CSA Playa Gata, creando desde el inicio una relación cómplice, y en cierto modo, de apoyo ante el desafío de activar este espacio. Empezaba, de esta forma, el experimenta en sí, ese proceso de habitar y aprender juntos a cómo hacer de Playa Gata ese “Laboratorio en clave de Barrio”

El umami de la FE

El plan de Experimenta Distrito, tras su etapa en Villaverde, era aterrizar simultáneamente tres laboratorios ciudadanos temporales en tres distritos, entre ellos el de Fuencarral – El Pardo. Para ello se proponía implementar metodologías participativas propias de Mediala-Prado fuera de este centro de cultura digital del Ayuntamiento de Madrid, materializar prototipos, lanzar dos convocatorias  – una de ideas, otra de colaboradores -, formar un equipo de mentores, conectar con el tejido asociativo, con las personas no-organizadas, preparar junto al equipo de mediadores el terreno para el antes-durante-después de los talleres de producción, diseñar un plan de actividades paralelas y documentar, no se nos olvide, para replicar lo que sucedería en los laboratorios ciudadanos durante esos cuatro meses…

Mirando hacia atrás mi sensación es la de ir corriendo, de ir pisando etapas sin apenas haber digerido la anterior, aún recuerdo cuando me propusieron coordinar Fuencarral Experimenta y que sorprendida y abrumada acepté. Esos tiempos lejanos de preparación con Alma y Sibley , coordinadoras de Moratalaz Experimenta y Retiro Experimenta respectivamente, en complicidad con las coordinadoras Eva y Lorena en Medialab-Prado, que se extendieron hasta el proceso de selección de los equipo de mediación. Un equipo de 3 mediadores: Rian, Iciar y Marrón con los que me lanzaba a la piscina, perdón, a la playa, sin apenas habernos conocido y que con el recuerdo del Montañés, bar y negocio familiar de Marrón, nuestro mediador ancla – dícese aquel mediador que era del barrio – como único amuleto para ir guiando nuestros primeros pasos.

Lluvias, nieve, calor…, cuatro meses que parecieron cuatro estaciones, una intensidad de emociones, potencias y posibilidades que contrastaban con el bloqueo y ansiedad por un calendario que apretaba y un formato que exigía, que nos reclamaba, la participación de una ciudadanía que, al llegar a tierras de Fuencarral, parecía o creímos inexistente.

Ante el reto de implementar estos talleres de producción, la distancia que parecía existir entre el terreno y el formato de Experimenta Distrito nos colocaba ante dos mundos que parecían no entenderse: “¿experimenta de qué?, ¿pero qué es eso de prototipar?, ¿colaborador…no querrás decir participante?, ¿qué es Playa Gata? ¿dónde está? ¡Uy! Norte Joven… eso está muy lejos…” Un desencuentro que nos daba señales de alerta, y apuntaba la necesidad de un conjuro para significar y poner en el mapa la FE de Playa Gata.

Este conjuro tenía que ser capaz de dejarnos intuir un mundo de nuevos significados, imágenes y hasta mitos en los que cualquier persona pudiera encontrar su hueco. Una invitación para transformar y crear en común nuestras propias categorías de ese estar/hacer/compartir un laboratorio ciudadano.

Hay una frase en el libro “Habitar” escrito por Juhani Pallasmaa que me gusta mucho y que creo que tiene mucho que decir al respecto: “Las imágenes poéticas abren un caudal de asociaciones, y por tanto, de afectos. Las imágenes poéticas refuerzan nuestra experiencia existencial y sensibiliza los límites que existen entre nosotros y el mundo…, esas imágenes nos sitúan en plena carne con el mundo. Las imágenes poéticas no se idean, ni se inventan: se encuentran, se revelan o se rearticulan”.  Creo que si sustituimos “imágenes poéticas” por “laboratorios” aparece ante nosotros el enfoque que se le quiso dar a la FE de Playa Gata.

En ese sentido creíamos fundamental encontrar, rearticular o revelar lo que ya había y latía en el territorio, desde el deseo de inventar y experimentar un “nosotros”. Un mapa que se nutría de una genealogía del territorio que nos daría las claves para activar, conectar y poner en común ese adentro/fuera (Marrón dixit) que, una vez activado y conectado, se transformaba en una línea porosa lista para convertirse en el umami (como bien enunció Iciar compañera del equipo) capaz de poner en marcha los engranajes del laboratorio.

De esta forma el conjuro que invocamos nos transformaba en afiladores de ideas en los mercadillos de calle; nos animaba a crear un mundo de significados alrededor del barrio del Poblado Dirigido; nos pedía fabricar mobiliario para Playa Gata reutilizando los restos de sus obras pasadas; nos invitaba al cine para contarnos lo que fue y dejarnos intuir lo que podría venir; nos dejaba seducirnos por la idea de dibujar el barrio desde los ojos y manos del barrio; nos proponía poner en común historias y recetas personales mientras se cocinaba un aperitivo colectivo, un evento que necesitaba del concierto de una Big Band para hacer a las vecinas curiosas salir a sus terrazas y ver qué pasaba en el patio de atrás de Playa Gata… y por supuesto nuestro amuleto fue la figura de Borbolla vecino, mito, ejemplo y símbolo del espíritu del proyecto. Eso era la FE.

De ida y vuelta

Hablamos de escucha activa en los procesos de mediación para facilitar los procesos de participación y creación colectiva, pero ¿qué implica en un proceso de experimentación el diálogo con las necesidades y deseos de la gente?, ¿somos capaces de este diálogo y aprendizaje desde Experimenta Distrito?, ¿implica esto tener que poner el propio formato de los laboratorios en crisis?, ¿qué ocurre después con el mundo que hemos creado?, ¿cómo se generan espacios de intercambio con gente con la que no forzosamente compartes el mismo universo?, ¿cómo se produce y se gestiona una gobernanza distribuida entre los agentes que se han implicado en el laboratorio?, ¿puede la capacidad de extrañamiento – o de no saber muy bien de qué va esto – generar espacios de libertad para la creación colectiva que desborde cuestiones disciplinarias y de formato?

Todos esos interrogantes resonaban en nuestras cabezas a largo del proceso, en las reuniones infinitas de coordinación y cuando volvía de Playa Gata en el cercanías. No encontraba respuesta pero sí intuía que la confianza, y la Fe, de nuevo la FE, en las personas reales, en los procesos y sus contradicciones contenían la materia necesaria para dar valor y sentido a que un proyecto como Experimenta existiese y se necesitase.

Este horizonte cargadito de potencia parecía resquebrajarse, y al mismo tiempo intensificarse, cuando apuntábamos al carácter temporal del programa. A la espera de saber si tendríamos o no continuidad, me doy cuenta que la temporalidad, los inicios y los cierres de este tipo de procesos parecen imprescindibles para poder generar un relato. Una tentativa de épica colectiva, que en nuestro caso, se iba tejiendo en constante discusión con las personas involucradas en el proceso.  Un relato que se construía no sólo a través de las necesidades del territorio, sino también y sobre todo, a partir del deseo y las ganas de contarnos y de experimentar el hecho de estar juntxs.

En este sentido, un lugar imprescindible en este mapa de conjuros fue la tentativa de ensamblaje  entre el barrio, los colectivos de Playa Gata, la Junta de Distrito, los proyectos seleccionados, el equipo de Experimenta Distrito, el de mentores y el equipo de mediadores de la FE…, una superposición que generaba unos pliegues de acción y cooperación no siempre evidentes, que a ratos se acartonaban y que otras veces, la mayor parte de ellas, operaban con una porosidad extremadamente rica. Maneras de generar una mini política cultural de proximidad, o política cultural a secas, muy cercana a lo que estuvimos discutiendo tiempo atrás cuando queríamos imaginar cómo podríamos transformar nuestra ciudad a través de la práctica cultural.

Y es por aquí que surge uno de los aprendizajes fundamentales para mí de este proyecto y que confirma nuestro enfoque sobre la magia y lo invisible que nos sostiene: la necesidad de crear narrativas propias, porosas, generosas y arriesgadas, de lanzarlas sin miedo, de buscar conexiones improbables, transversalidad de géneros y de enfoques. La experimentación de tantearnos, de imaginarnos y de hacer con otras y otros ese ser-en-el-mundo.

No sé si lo que sucedió en Fuencarral Experimenta dio pie a posibilitar a facilitar el prototipado de las ideas propuestas o implementar lógicas de participación de desarrollo comunitario… creo que lo que sucedió fue simplemente facilitar un espacio para imaginar, experimentar y contarse desde otro lugar y con otra mirada. Re-significar o significar por primera vez este lugar como Laboratorio, o como nos decía nuestra Toñi, participante de varios grupos de trabajo, vecina del barrio, siempre con su muleta fiel, como Asociación, donde uno se encuentra, se asocia y confabula con los demás.

Gracias, gracias y gracias a los participantes, al equipazo de mediadores,  a las parteras-mentoras de los talleres, a la Junta, a los que pasaban por allí y se quedaban, a los que vinieron a vernos, a Eva y Lorena por haberme propuesto esta aventura, al entusiasmo vitamínico de Toñi, al arte de Alfonso, al tesón y energía de Ruth, al Dabibi poderoso, a la Vitalidad Vital de Vidal, al power inmenso de Pobladores Fuencarral, Sandra, Elena, Virginia, Raquel, Cecilia, Juanjo, Enrique, Cándido y la familia de AMA, Isabel, Suri, Pancho, Javi, Carmen, Diego, Rosa, Nuria, Luis, Jesús, las Nadas, Eva, Leticia, ese Emilio carpintero…, y por supuesto, a la familia de Borbolla, un vecino del barrio comprometido con sus vecinos, al que se homenajeó dando nombre a un premio: el premio Borbolla, un verdadero amuleto que ha reencantado y brindado magia a raudales a este primer laboratorio de Experimenta Distrito en el distrito de Fuencarral-El Pardo.