Desde que llegamos a Experimenta Distrito, el equipo destinado al distrito de Retiro nos sentimos afortunados y entusiasmados de antemano; el laboratorio ciudadano temporal iba a estar localizado en la Nave Daoíz y Velarde, un espacio de reciente rehabilitación situado en pleno corazón del barrio de Pacífico.

Y es que los espacios suponen una parte importante de la configuración y creación de un laboratorio ciudadano y quizá más aún en Experimenta Distrito, en el que tanto la diversidad programática como de personas (y por tanto de necesidades) es tan fluctuante. Un espacio puede ser determinante en el éxito o el fracaso de un proyecto como este (no es el único factor, claro está, pero sí es un componente relevante a considerar). Al fin y al cabo, se trata de habilitar un lugar donde cohabitar con otras personas en un tiempo intensivo. Los espacios deben responder a las necesidades de las personas que lo ocupan, deben ser cómodos, acogedores, flexibles; deben dejarse hackear y reapropiar, resignificar más allá de la estética y de las reglas predefinidas por el uso o la gestión.

Esto se enfatiza y se hace evidente cuando se propone el reto de habilitar espacios de producción ciudadana en lugares a priori no pensados para ello, como una biblioteca (Moratalaz), un centro social (Fuencarral) o un centro cultural (Retiro); Experimenta pone a prueba la flexibilidad y los límites institucionales (tanto dentro como fuera del ‘recinto laboratorio’) y resulta verdaderamente interesante como en la práctica, estas tensiones se resuelven (o no). ¿Pero cómo preveer o preparar una casuística bastante aleatoria? ¿Cómo hacer que en un mismo lugar quepan en distintos momentos desde 100 a 5 personas? ¿Cómo convivir entre proyectos que hacen ganchillo con otros que sierran troncos?

Es evidente que no existe el espacio ni las condiciones perfectas para un laboratorio ciudadano, porque un laboratorio ciudadano se va definiendo en el hacer constante, por tanto sólo podemos establecer unos ‘mínimos óptimos’ para adaptarnos y convivir lo mejor posible con lo que disponemos. Cuando arrancó el piloto en Villaverde, el lugar era la Nave Boetticher (me persiguen las naves…). Antes de empezar los talleres en el lugar, me propuse pensar en cuáles podrían ser las necesidades espaciales e hice un organigrama básico con flujos, características de los espacios, aproximación de aforos y una serie de ítems a valorar para tomar la mejor decisión espacial.

Organigrama
Espacios 2

Con la experiencia piloto del pasado año, la Nave Daoiz y Velarde parecía un lugar óptimo para desarrollar el laboratorio. Situada en una concurrida plaza, dispone de un gran espacio diáfano de triple altura y múltiples salas de diferente tamaño en sus plantas inferiores. Su envolvente en el acceso principal es transparente, permitiendo una gran visibilidad desde el exterior, y su cubierta también acristalada baña los ambientes de luz natural. La vistosidad de la Nave enamora a primera vista.

IMG_20170308_104307788

Pero como bien dice el refrán, no todo lo que reluce es oro y esto lo pudimos comprobar a lo largo de los intensivos meses de trabajo en los que la Nave, se convirtió en nuestra segunda casa. Un espacio tan bonito, pero tan mudo, tan vacío… nos costó hacerlo nuestro. Conseguimos conquistar una pequeña instalación de madera arrinconada; la tuneamos con mucho mimo. Dedicamos bastante tiempo a hacer el espacio acogedor con lo que disponíamos. Al fin y al cabo, se trataba de que los vecinos y vecinas se animaran a entrar y a sentir suya la nave, apropiarse de esa cosa ajena que veníamos a desarrollar en el barrio.

Rincocito Daoiz y Velarde

Tras algunas semanas, pudimos sentirnos en casa en esa mole espacial. La frustración llegaba cuando sin previo aviso, debíamos replegarnos una y otra vez debido a programación o actividades varias. Y es que en un espacio diáfano y abierto como la Nave, las fotos quedan preciosas, pero es incompatible la convivencia entre programas diferentes. No puede haber un concierto a la vez que una charla. El espacio era muy codiciado y con estas condiciones hemos tenido que cooperar y negociar para poder seguir con nuestro trabajo. Por tanto, podemos decir que para el desarrollo de talleres es un acierto situar las mesas de trabajo en un mismo espacio, favoreciendo la remezcla y el cruce de personas, pero es necesario estudiar o pactar la compatibilidad con la programación del lugar en el que estamos.

Por otro lado, los protocolos de la gestora de la Nave, exigían un plano de viabilidad técnica con la distribución de elementos de mobiliario, aforo, accesos etc. para cada actividad que queríamos desarrollar. Esto no ha supuesto dificultad para el equipo (aunque sí tiempo), dado que dos de los miembros nos manejábamos con las plantas y los alzados, pero ¿y si nadie tuviera esa capacidad? ¿cuál sería el mecanismo para poder hacerlo? Además, nuestra capacidad de acción para hackear o resignificar el espacio se veía mermada por la estricta normativa de seguridad. Está claro que no podemos hacer cosas que supongan un peligro ante una situación de emergencia, pero ciertamente estos límites deben poder escalarse y flexibilizarse, sin saltarse la legalidad y atiendo al sentido común.

Planning

‘Dogville’ o cómo planificar tu nave para los talleres de producción


Planning

Plano a mano alzada de la distribución espacial durante los talleres

Aunque la ‘prueba de fuego’ vino con el arranque y desarrollo de talleres de prototipado. Aquí se testearon los verdaderos límites de la acción. Precisamente lo interesante de esta metodología es que plantea una forma de participación enfocada en el hacer y experimentar con otros. El prototipo como ‘excusa’ para juntarnos, encontrarnos en el aprender y el desaprender. Y esto pasa por serrar troncos, hacer polvo, levantar serrín, soldar barras de acero, cortar materiales con una Dremel… Es decir, que en este lugar deben poder entrar dremels, sierras, soldadores, lijadoras, radiales, martillos y todo tipo de herramientas que, a ojos de los protocolos de seguridad para un espacio público, se pueden considerar armas.

No se es consciente de lo que implica un programa como Experimenta Distrito hasta que no hay proyectos que necesitan utilizar estas herramientas para hacer sus prototipos. En el papel y el imaginario, un laboratorio ciudadano es una definición preciosa, pero hay que estar del lado de la práctica para entenderlo. Aceptar un proyecto de prototipado de barras de Street WorkOut implica saber que hay que cortar y soldar esas barras en algún lugar; implica salirse del papel y hacerlo realidad.

Retiro Experimenta ha servido para visibilizar todo esto, moviéndose entre las tensiones de cumplir las normas y realizar los prototipos. Estas situaciones no fueron fáciles de gestionar pero evidenciaron los límites de los que hablo y sobre todo, sacaron el fin último de Experimenta Distrito: repensar las instituciones como lugares híbridos donde la ciudadanía se empodera. Plantear las preguntas desde lo práctico y experiencial para que esto ocurra, es muy valioso.

Podemos decir que casi hemos conseguido pilotar esta nave nodriza, llenarla de vida y de nuevos imaginarios durante un tiempo. Nos fuimos limpiando todo, quitando hasta el último hilo de trapillo utilizado. No queda rastro de Experimenta en La Nave, pero sí en el recuerdo de todos los que se subieron a bordo. Esperamos volver a navegar pronto y que nuestra experiencia sirva para seguir hackeando espacios.

El día que desmontamos la Nave

El día que desmontamos la Nave